Hola, amigos.

Detecté, ya hace tiempo, mientras observaba a un empleado mendigo, que tenía ciertas diferencias con el resto. Diferencias en cuanto al objeto de mendicidad que perseguía. Este personaje no mendigaba trabajo, sino algo de verdad execrable: mendigaba apariencia. Pero vamos por partes a ver si consigo transmitir la imagen.
Este tipo de empleado aparece en la empresa un buen día en el que se necesita urgentemente cubrir un puesto, generalmente de mando intermedio, y hay que echar mano de alguien que, dentro de lo malo, es lo mejor que se puede encontrar. Así, y gracias a que el hotel funciona de forma más que aceptable, esté él o no (esto es importante), el empleado maniquí se va haciendo su hueco, casi sin querer, sin esfuerzo y a fuerza de costumbre. Pero, repito, es que el hotel funciona igual tanto si está este empleado como si no está. Esto es así porque los colaboradores (perdón, subordinados) que tiene son profesionales, trabajadores y, todo sea dicho, le sacan las castañas del fuego porque creen que es su obligación.
Bien, todos podríamos pensar que hasta aquí nada se sale de lo normal. Si este empleado dirige un area operativa del hotel, efectivamente los miembros de su equipo trabajan y sacan adelante el departamento, como operarios que son. Pero el trabajo que debería desarrollar este «jefe», que no es otro que organizar su departamento o area, formar a sus colaboradores, que para eso se le supone más docto en las tareas propias del mismo, transmitir su experiencia, aportar ideas frescas y mejorar día a día, brilla por su ausencia. Simplemente porque las cosas funcionan con él igual que sin él.
Pero pasan los meses, y los años y cada vez está más enraizado. Como no es un ejemplo de buen gestor y organizador, pero es bastante listo – que no inteligente – se agarra con uñas y dientes a dos o tres tareas relacionadas con asuntos delicados para la dirección o la propiedad, aportando grandes dosis de horadez y ganándose la confianza de las altas esferas. Si la propiedad y la dirección son desconfiadas, se acostumbran a que esta persona es de fiar, van aumentando la confianza en él de forma que, pasado un tiempo, no son capaces de sustituirlo por otro.

Así que se ha ganado su puesto de una forma sencilla y libre de presiones, con tareas que poco tienen que ver con las que debería desempeñar. Una vez tiene el puesto con su nombre grabado se dedica a pasearse por el hotel, aparentando estar muy liado y permanece allí un número de horas inusual (12 ó 14), intentando propagar la idea de que si no está él eso no marcha. Y, siempre repeinad@, como de peluquería, sin que se le mueva ni un pelo, ni se le desplace la camisa un solo milímetro (yo esto nunca lo he entendido. Deben llevarla cosida a la ropa interior).

Por cierto, uno de los hechos que le caracterizan es que nunca tiene la culpa de nada. Si algo sale mal, si hay fallos en la operativa de su area, nunca tiene la culpa. Normalmente le hecha la culpa a otro departamento. Y lo hace con unos gestos y un tono de voz que emana credibilidad por todos los poros. Y si se ve acorralado, descubriéndose que el otro departamento lo hizo bien, entonces recula, pero rápidamente encuentra al culpable absoluto, dentro de su propio departamento, llegando , incluso a su despido. Y sale airoso, siempre sale airoso.
En fin aquí dejo estas pinceladas sobre otro tipo de empleado que debería erradicarse cuanto antes.

Os dejo también la relación de empleados de hoteles que van componiendo esta serie:
I El empleado «tóxico» (por Juan Sobejano). No me atribuyo su descubrimiento, pero es que me hace falta. (Con tu permiso, Juan). Desde aquí recomiendo, de paso, la ramificación que ha hecho del mismo

Eso es todo, aunque os anticipo que cuando termine la serie, voy a hacer un cocktail con todos ellos , voy a describir un procedimiento de principio a fin introduciendo a todos ellos, para que veáis que todo encaja, que, a pesar de estos empleados, todo puede funcionar, pues se complementan los unos con los otros.
Una pena…, de verdad que es una pena.
Hasta la próxima,
Rafael