«Nos conocimos en la fábrica y, justo en el momento en que coincidimos supimos ambos que estaríamos siempre juntos. Al menos hasta que el destino nos lo permitiera. Nuestra vida tampoco ha sido una vida ejemplar, ni una existencia que nos haya permitido crecer; más bien hemos estado mucho más cerca del suelo que del cielo. Nos han pisoteado, mojado, herido y cosido. Pero siempre hemos permanecido juntos… 

…Hasta que el otro día ocurrió la fatalidad, lo que suele pasar a los que pertenecemos a esta clase, a los que somos de esta condición. Al igual que otras veces, me vi envuelto en una multitud, dando vueltas y más vueltas. Y a cada vuelta volvíamos a encontrarnos. Un brazo me golpea, luego una pierna, pero resurjo con gran esfuerzo por mi parte. Y otra vuelta más; y otra vez que aparece y desaparece sin dejar rastro. Pero yo se que está ahí. Entramos los dos juntos y, como tantas otras veces, saldremos los dos juntos…

…Ya ha terminado el suplicio, ya salgo…. ¡No está!. ¡Al final ha ocurrido!. He salido yo solo, entramos dos y salgo yo solo. ¡Tanto trabajo, tantas horas y sacrificios echados a perder!. Es así, no hay solución, y ahora ya sólo me queda estar relegado a un espacio perdido en el que nunca nadie más tendrá la necesidad de mirar. 

Es lo que tiene ser un par de calcetines a los que alguien mete en la lavadora sin ningún cuidado, sin comprender que perdemos toda nuestra razón de ser cuando estamos el uno sin el otro.»

Bueno, espero que me permitáis esta pequeña metáfora que se me ha ocurrido al volver de nuevo a vivir que, en el mundo hotelero sin la otra parte, la complementaria, el contacto cara a cara con el cliente, sin red, sin una conexión artificial que sirva de parapeto, no sirve de nada el sacrificio y el esfuerzo online. Y más aún si siempre hay alguien que se empeña en no poner atención cuando tiene que coger los dos mundos para meterlos en la lavadora empresarial.
Días extraños que tiene uno.