Supongo que recordáis aquella película en la que Michael Douglas se vuelve medio loco, harto de estar sometido y resignado a los azotes que vas recibiendo en un día habitual y rutinario.

Pues bien, como últimamente la cosa va de películas – El Show de Truman, Ratatouille – utilizo ésta como llamamiento personal a los que como yo y todos vosotros, somos clientes varias veces al año.

Pero no, no os asustéis, no propongo una reacción como la que sufre Michael Douglas en el vídeo. No quiero llegar a tanto – aunque a veces a muchos nos entren ganas de algo similar -. lo que si sugiero es que no nos traguemos el maltrato como clientes y exijamos unos estándares de calidad mínimos allí donde vayamos a recibir un servicio.

Esto viene a colación después de leer dos posts, uno de Juan Sobejano y otro de Juan Otero, denunciando la falta de profesionalidad en un restaurante y en una sidrería respectivamente. Por un lado está bien que lo comenten y se quejen en la blogosfera, pero por otro, su queja caerá en saco roto, sirviendo sólo como desahogo, si es que sirve.

No es suficiente con contar que en «un restaurante» o en «una sidrería» me ocurrió bla, bla, bla… Pienso que ambos, Sobejano y Otero, deberían haber hecho público el nombre de los establecimientos en los que experimentaron falta de educación, profesionalidad y desinterés. Si lo hacen, yo, al menos, me cuidaré mucho de entrar en esos locales si algún día se da la ocasión. Y si lo hago, que nadie dude que diré a quien corresponda que la recomendación de su local es bastante negativa, para que, por lo menos, lo sepan.

Con las posibilidades de la red y la Web 2.0 ahora, o como se llame dentro de un tiempo (a todo hay que darle un nombre), es muy sencillo:

1º Quejarse

2º Tomar represalias informativas respecto al resto de potenciales clientes

Por supuesto que también deberíamos hacerlo en caso contrario, es decir, con experiencias positivas.