“El futuro de Internet es social, por lo que deberías subir al tren de lo social”. Esto es lo que leyó un día alguien que quiso saber qué era eso del SMO, o Social Media Optimization. Realmente le costaba comprenderlo, porque, aunque lo veía claro para explotarlo a nivel personal, no lo veía tan claro explotarlo para una marca inanimada. Veía clara la utilidad y la necesidad, incluso, de hacerlo, pero no conseguía ver cómo hacerlo. Esta persona son muchas personas, pero llamémosla Simón, por ponerle un nombre. Cierto día, tiempo después de descubrir el SMO, Simón tuvo que alojarse en un hotel por motivos de trabajo. Tras un viaje considerablemente largo, llegó al hotel, agotado, dormido, dolorido…En definitiva, lo que se suele llamar baldado. Se tumbó en la cama y se quedó dormido. Al día siguiente se levantaría y se lanzaría a afrontar la actividad que le había llevado hasta allí, que no era otra que la de impartir un curso de formación para directores comerciales y de marketing, acerca de las bondades del marketing en medios sociales. Pero al poco rato de quedarse dormido, una voz le despertó y, sobresaltado y miró a derecha e izquierda; miró hacia arriba y hacia abajo tratando de dar con la persona que le hablaba. ¡Gran sorpresa la suya cuando descubrió que no era precisamente una persona, sino el mismísimo hotel, a través de sus paredes, el que se comunicaba con él! “Hola, Simón – dijo el hotel – se que mañana será un gran día para ti, pues vas a poder lucirte ante una gran audiencia hablando sobre asuntos que dominas y que recibirás aplausos, felicitaciones y todo tipo de alabanzas. Tu reputación off line – prosiguió – crecerá como la espuma. Y, claro – concluyó el hotel – después irás a tu blog y a las comunidades sociales en las que tienes presencia y escribirás sobre el asunto, lo cual te dará notoriedad, nuevos aplausos y alabanzas. Tu reputación on line también crecerá como la espuma.” Simón no sabía qué le estaba ocurriendo. ¡Era de locos! “necesito unas vacaciones con carácter urgente – pensó -. “Tú lo tienes fácil, Simón – continuó el hotel – pues tienes cerebro, manos, ojos y oídos y otros sentidos que te facilitan la aventura de la participación y crecimiento en el Social Media.”. En este momento el hotel cambió el tono de su voz, tornándose ésta más triste; como con un desconsuelo propio de humanos desengañados y continuó su discurso: “Ahora dime: ¿Cómo puedo hacer yo para siquiera acercarme a algo similar? Hace poco oí que un tal Jordi Ruiz – que debe ser alguien de peso en ese mundo en el que deseo entrar – decía que los que son presidentes de compañías, deberían bajar al suelo, a la calle, a conversar con sus clientes. Y lo plasmó en una comunidad social de contrastado prestigio, además de en su blog. Yo me pregunto si realmente os creéis que esto es tan fácil como decirlo. A ti, Simón, te diré que en lo que tú vas evangelizando, falta un punto de caso práctico para que cualquiera sea capaz de abordar con éxito la puesta en práctica de toda la teoría. A mi me ha quedado muy clara – apuntó el hotel con ironía – . Verás: – Hablar con los clientes, en la calle o donde estén. Pero resulta que además de en la calle, también están en Internet, donde cada vez hay más. Obviamente, yo, por mi mismo, no puedo hacerlo, ni en la calle ni en Internet. – Participar en la Web 2.0. Obviamente, yo, por mi mismo, no puedo hacerlo El hotel se enredaba cada vez más en su discurso… …¡Ah si!, parece que hay algo que se puede hacer. Si alguien humano es capaz de hablar por mi, podré conseguirlo, pero…. …sólo en una pequeña parte. En este mundo 2.0, como no soy humano, me miran mal, tanto que, incluso en algunos sitios no me dejan ni asomarme. Y en los que me dejan, se me acercan con prudencia y reparo, víctima de unos prejuicios que – todo hay que decirlo – nos hemos ganado a pulso los de nuestra especie. Y eso es algo que tú, Simón, deberías saberlo y tenerlo presente en todos tus discursos. Así que no me queda otra que: – Donde me permitan estar, intentar permanecer. Eso si, sin hacer demasiado ruido, y de mirón. – Si quiero una comunidad social que me respete, no tengo más remedio que hacerme una propia, con el inconveniente de que en ella entrará un mínimo porcentaje de lo que realmente sería necesario. Y eso con suerte. Perdóname, Simón. Yo debería limitarme a darte mi hospitalidad y mis inigualables atenciones y no haberte molestado con problemas y angustias que no son propios de un ser inanimado como yo. Pero es que hoy he podido hablar y no se cuándo volveré a tener una oportunidad como esta. Seguramente no vuelva a tenerla. Toma unas fotos mías y, si te parece, cada vez que vayas a hablar de SMO, SMM, etc., me miras y me recuerdas, sobre todo ésta del día de mi inauguración, en la que no existía ni la Web, ni el móvil, ni el e-mail. ¡Qué bien estaba yo entonces…!. Te las dejo dentro del maletín de tu portátil. Hasta mañana.” Simón, atónito, a la mañana siguiente, comprendió que lo había soñado todo. Pero la huella perduraría al menos, durante el resto del día… ”¡…O de mi vida!” – pensó en el momento en el que, cuando iba a comenzar su clase magistral, vio en el maletín de su portátil unas fotos del hotel, amarillentas, de hace más de cuarenta años.