El Twitt equivocado

140 caracteres pueden alegrarte el día o arruinarte la vida para siempre (Auto-cita)

Aquella mañana, como siempre, Manuel Torrado tomó su Iphone y accedió a su cuenta de Twitter. El primer twitt que encontró fue uno de su mujer, enviado a las 7 de la mañana, que decía:

@matorrado Antes de volver arráncale los brazos y la cabeza y déjalos dentro de una bolsa en el maletero del coche.

Inmediatamente Manuel le envió un mensaje directo – un DM para los más versados. –

¡Estás completamente loca!. ¡Borra ese tuit ahora mismo!

Manuel tomó nota y procedió tal y como le había indicado su esposa vía Twitter, preparó a los niños y se marchó, como cada mañana, a trabajar. Era un poco estresante lo de los niños, pero a Mnuel le gustaba esa «tarea» de despertarlos, preparar su desayuno y dejarlos en el colegio cada mañana. Lo que más le gustaba era hablar con ellos recién despiertos. Los niños le contaban sus cosas, sus penas, preocupaciones y alegrías. Que si el niño estaba contento porque había hecho muy bien – según su apreciación – los deberes o que la niña estaba desconsolada, porque la perra le había destrozado su muñeca preferida. «No te preocupes, hija, compraremos otra…» En fin, todo normal, en una familia normal.

Lo que no era habitual era que ambos miembros de un matrimonio fueran ávidos usuarios de las Redes Sociales, llegando, incluso, a comunicarse vía Twitter aún estando ambos dentro de la casa. Caso perdido… Por eso a Manuel Torrado no le sorprendió el twitt de su mujer instándole a que «le arrancara los brazos y los cabeza, los introdujera en una bolsa y los metiera en el maletero del coche». Esto – no vamos a negarlo – tampoco era muy normal. 

La verdad es que, como la mayoría, no eran capaces de comprender al cien por cien hasta dónde puede llegar el eco de las Redes Sociales y, claro, un twitt como ese podría resultar un tanto comprometedor. lo que pasa es que ambos vivían en el desconocimiento y en su fuero interno actuaban como si sus públicas conversaciones fueran privadas.

Manuel dejó a los niños en el colegio y volvió a casa para proceder tal y como su esposa le había indicado. Tuvo que hacer un gran esfuerzo para lograrlo. Sobre todo un esfuerzo sicológico, ya que, a pesar de los motivos, no le parecía que hubieran obrado de forma correcta. En cualquier caso, al final, lo hizo. le arrancó los brazos y la cabeza y los metió en una bolsa. De ahí, al maletero del coche.

Manuel llegó a la calle donde se ubicaba su despacho, aparcó el coche, inspeccionó el maletero una vez más y entró en el portal. Al cabo de dos horas la policía irrumpió en su oficina y, como una exhalación, se apresuraron a detener el paso a Manuel justo cuando se disponía a ir al servicio.

-¿Es usted Manuel Torrado? – le preguntó uno de los policías, casi increpándole.
– Así es, ¿en qué puedo ayudarle?.
– ¿Conoce a Andrea Fuentes? – preguntó el policía de una forma algo más profersional.
– No… – respondió Manuel dubitativo – …¡Aahh!, si, se trata de la joven desaparecida hace una semana. Si, sale en todos los telediarios- concluyó Manuel.
– Tenemos serias sospechas de que usted está relacionado con su desaparición – dijo, por fin, el otro agente.
– ¡¡¡Cóoommoooo!!!. Debe haber un error – respondió Manuel.
– Quisiéramos inspeccionar su vehículo, señor Torrado.
– Por supuesto, si tienen  una orden. Está aparcado en la puerta. Les acompaño – respondió con gran decisión.

Cuando bajaron a la calle, Manuel dio un respingo al descubrir que su coche no estaba donde lo había dejado. Estaba lívido. Y lívido estuvo durante las siguientes tres horas.

Sofía Ledesma, la esposa de Manuel Torrado fue literalmente asaltada por la policía en una calle céntrica, mientras caminaba apresuradamente hacia el casco viejo de la ciudad. Los motivos, los mismos que para la retención – que no detención – de Manuel Torrado. De todas formas, la policía no tenía nada. Un Twitt no era una prueba válida. Sin el coche la policía no tenía nada de nada y, por supuesto, Manuel era consciente de ello.

El encuentro del matrimonio en las dependencias de la policía fue todo un compendio de miradas, intentos de complicidad de ela, distanciamiento de él; no me mires; no pasa nada; estás loca; tranquilo, tranquilo,…

– Sin el coche no hacemos nada. ¡Ya es casualidad, cagüen…! – gritó el que parecía de mayor graduación.
– En un par de horas hay que soltarlos. Mucho Twitter, mucho Twitter, pero, al final, no sirve nada más que para perder el tiempo. 

Apenas unos minutos después, otro agente contactó con el superior para comunicarle que había aparecido el coche.

– ¡Abran el maletero y no toquen nada hasta que llegue el juez! – ordenó el superior.
– ¡Señor, ya hemos abierto y … no…no hay nada extraño. Tan sólo una bolsa con una muñeca descuartizada. Una Nancy, creo – titubeó el agente.

El jefe de la policía no podía creérselo. ¿Cómo podían haber metido la pata de esa forma?. ¡Qué vergüenza!…

Fue en el momento en el que la policía les comunicó que estaban libres y sin cargos, cuando Sofía les explicó lo sucedido.

Esta mañana nuestra perra se ha comido las piernas de la muñeca preferida de mi hija, una Nancy, ¡je!. El caso es que ella no quería otra nueva, sino que sus padres le arreglaran la original. Así que hemos comprado una nueva, le hemos separado piernas, brazos y cabeza, hemos sustituido las piernas rotas por las nuevas y mi marido ha metido el resto en una bolsa y la bolsa en el maletero del coche, para que la niña no se enterara de la operación. Si ustedes nos hubieran dicho desde el principio que la pista era el Twitt que escribí esta mañana, podríamos habernos evitado todo este malentendido.

La policía, sin dar crédito a lo que les estaba pasando, les pidió disculpas y les dejó marchar.
-¡¡ Esto de las Redes Sociales y el Twitter y la madre que lo parió va a volvernos locos a todos!! – voceó el superior una vez que el matrimonio se había ido.

EPÍLOGO

Manuel Torrado veía a  su hija dormir plácidamente abrazada a su muñeca recién restaurada. No hay nada mejor para un padre que ver feliz a su hija.

– Cariño, – dijo Manuel mirando dulcemente a su mujer – ¿Cómo lo has hecho?
– ¡Ja!. Al decirme que borrara el twitt, he reaccionado y, sin pensarlo, he comprado la muñeca, he ido haca tu despacho, me he llevado el coche con mis llaves, he dejado la muñeca rota dentro de la bolsa, excepto las piernas, y he abandonado el coche por ahí.
– Y… ¿los restos de Andrea Fuentes?…

En ese momento fue cuando Sofía dibujó esa sonrisa entre dulce y cínica que enamoró a Manuel desde el primer día.

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Cómo conseguir la mano de la princesa

Cómo conseguir la mano de la princesa

Como es verano, algunas lecturas frescas no vienen mal… Aunque, ¡ojo! , que de vez en cuando el mensaje puede ser demoledor.
Voy a contaros un cuento con metáfora. Bueno, es una pequeña adaptación de otro que he leído hace poco y que está basado, creo, en una serie escandinava de dibujos animados. Vamos, que no es mío, y no recuerdo dónde lo he leído (lo siento).

Dice así:

En un reino próspero y con un futuro asegurado, había una princesa cuyo padre quería casar. La princesa no tuvo inconveniente, siempre que se cumpliera una condición que ella iba a poner:

– Tendrá mi mano aquel que me regale algo que consiga sorprenderme de verdad. – le impuso al rey.
– Pero, amada hija, tú tienes de todo – objetó el monarca.
– No todo, padre, – repuso ella – seguro que hay miles de cosas que desconozco y que podrían sorprenderme.

Fue así como la noticia fue corriendo de pueblo en pueblo, de ciudad en ciudad, llegando a todos los reinos habidos y por haber. Como el país en el que vivía la princesa era tan próspero y estaba tan cargado de futuro, todos los príncipes, hasta el del más recóndito lugar quisieron ofrecerle a la princesa regalos absolutamente mágicos e inimaginables, tanto que muchos de ellos produjeron verdadero clamor popular.
Hubo regalos como el de aquel príncipe que consiguió, con auténtica magia, una lluvia de estrellas y pepitas de oro; o aquel otro que consiguió transportar hasta allí un majestuso castillo, el castillo más maravilloso que jamás se había visto.

Mas la princesa ni siquiera se inmutaba. Ninguno de sus pretendientes lograba sorprenderla con sus milagros visuales, ni con sus idílicos bailes, con el oro, las joyas, los más bellos corceles, maravillosos vestidos con telas de tacto imposible o los más bravos ejércitos puestos a su disposición.

La princesa no reaccionaba a nada que le pusieran ante sus ojos y así fueron pasando los días, los meses… años, quizás. Y nada. Peo un buen día, cuando el rey casi se daba por vencido y asumía tristemente que su hija quedaría soltera, apareció un príncipe más, que había estado presente en la mayoría de las ofrendas de sus rivales. Apareció con una pequeña caja de terciopelo rojo.

La princesa, con el desánimo causado por meses de decepciones, abrió la caja y quedó maravillada cuando se probó el objeto que contenía. Tanto es así que el avispado príncipe fue, por fin, el que consiguió sorprenderla y logró, por tanto, hacerla su esposa. Muchos años le costó al príncipe descubrir que lo que realmente necesitaba la princesa, lo que le haría feliz era algo tan simple como unas gafas.

Naturalmente, se casaron y fueron muy, muy felices.

¡Ah, que cada cual se aplique la metáfora como más le convenga!.