Hola, amigos,

hace unos días leí la entrada de Juan Sobejano sobre el empleado tóxico, y me dio la idea de hacer una serie, la que comienzo con este post la segunda variedad, tras la definición del empleado integrador.

Quiero referirme en esta ocasión al empleado «mendigo».

En muchos hoteles existe la figura de un trabajador que, siendo muy válido y con valores profesionales reconocibles están exageradamente desaprovechados, hasta el punto que el tal «mendigo» pasa las horas muertas, sin saber qué hacer. Tal es su ociosidad que, en muchas ocasiones se dedica a pasearse por los departamentos del hotel para ver si puede cazar alguna tarea que echarse a los brazos. Y claro, las encuentra, y las realiza, corriendo el riesgo de convertirse en empleado inegrador, lo cual, a mi entender, es mucho peor.

Cuando está falto de «alimento laboral», echa a volar su imaginación y comienza a realizar tareas extremadamente complicadas, pero que, como tiene todo el tiempo del mundo, acaba por terminar y guardar en el cajón de los olvidos. Este cajón, dicho sea de paso, es una fuente de conocimiento enorme, que va enterrándose poco a poco y nunca será descubierta. No será descubierta porque el empleado mendigo, que es el artífice de toda esa documentación, no está por la labor de mostrársela a nadie. Está, lógicamente, desmotivado y dolido, aunque acomodado, enraizado en «su hotel», bien pagado y considerado, por un simple par de estudios propios sacados a la luz.

Quizá algún día pase por allí un «directivo transeunte» y le saque de su miseria laboral. Si, es posible.

Este es un empleado mendigo, pero también lo hay de otro tipo:

Otro tipo de mendigo es aquel que tiene la misma ociosidad que el anterior, pero no le importa, es más, le gusta. Sin embargo aparenta todo lo contrario. Tiene tal capacidad de abstracción que es capaz de permanecer catorce horas en su puesto, con tal de aparentar que es el que más trabaja. Pero este no mendiga tareas, sino apariencia e imagen.

La verdad es que podríamos considerarlo una transición entre el empleado mendigo puro y el empleado «maniquí», que, como podréis imaginar será el siguiente en esta serie. Pero eso será otro día.

Hasta la próxima,

Rafael Martínez.