Quería hacer un homenaje particular a Miguel Delibes, pero no lo voy a hacer. No, creo que no. ¿Cómo voy a poder yo escribir algo sobre «El Escritor»?.

El caso es que, una vez más me planteo que detrás de la muerte tiene que haber algo, tiene que existir un lugar en el que, al menos, los niños de Delibes tengan puesta su mirada y su esperanza, porque los niños de Delibes son ahora niños huérfanos. Todos los niños desde el primero, Pedro, a quien le persigue sin tregua la sombra del ciprés, hasta el último, Lorenzo, no tan niño ya, que deja sus diarios con un olor a decepción y amargura.

Contaba ya Delibes sus hojas rojas – tan rojas como el vestido de aquella señora sobre fondo gris   – cuando hace 3 años, en una entrevista comentaba que…

Al palpar la cercanía de la muerte, vuelves los ojos a tu interior y no encuentras más que banalidad, porque los vivos, comparados con los muertos, resultamos insoportablemente banales.

… y palpaba esa cercanía, mientras Nini, el Ratero y sus ratas lo miraban atónitos sin alcanzar a comprender que su creador les guiñaba un ojo, no se sabe si por complicidad, o por contener esa lágrima ahogada que asomaba por la comisura de su ojo, enfilando la aparte superior de su nariz aguileña. 

Seguro que se preguntaba si habría Allí algún lugar donde practicar la caza, su segunda pasión… Mas no lo sabemos, bastante tenemos ya con lo de aquí como para saber dónde se llega cuando se emprende el camino. Bastante tenemos ya aquí, en la vida que conocemos, luchando por nuestro particular señor Cayo.

Si nos queda la eternidad de la palabra y una pluma magistral que duró, tan sólo 90 años – muy poco para lo que deberia haber sido.  Muere el cuerpo, pues las personas como él perduran para siempre, aunque dejan un rastro de ilustres personajes con un gran riesgo de convertirse en almas en pena sin esa mente preclara que los fue creando a lo largo del tiempo y ahora los abandona .

En fin, yo aquí estoy, viendo el fútbol, pero no el otro fútbol, sino el que nos toca hoy, mientras veo a Milana (creo) por el jardín,  escribiendo las cosas que me van pasando por la cabeza; eso si, sin tratar, ni mucho menos, de homenajear a El Escritor, que no quisiera yo que los inquisitores círculos literarios me acusaran de hereje.