Inseparables

«Nos conocimos en la fábrica y, justo en el momento en que coincidimos supimos ambos que estaríamos siempre juntos. Al menos hasta que el destino nos lo permitiera. Nuestra vida tampoco ha sido una vida ejemplar, ni una existencia que nos haya permitido crecer; más bien hemos estado mucho más cerca del suelo que del cielo. Nos han pisoteado, mojado, herido y cosido. Pero siempre hemos permanecido juntos… 

…Hasta que el otro día ocurrió la fatalidad, lo que suele pasar a los que pertenecemos a esta clase, a los que somos de esta condición. Al igual que otras veces, me vi envuelto en una multitud, dando vueltas y más vueltas. Y a cada vuelta volvíamos a encontrarnos. Un brazo me golpea, luego una pierna, pero resurjo con gran esfuerzo por mi parte. Y otra vuelta más; y otra vez que aparece y desaparece sin dejar rastro. Pero yo se que está ahí. Entramos los dos juntos y, como tantas otras veces, saldremos los dos juntos…

…Ya ha terminado el suplicio, ya salgo…. ¡No está!. ¡Al final ha ocurrido!. He salido yo solo, entramos dos y salgo yo solo. ¡Tanto trabajo, tantas horas y sacrificios echados a perder!. Es así, no hay solución, y ahora ya sólo me queda estar relegado a un espacio perdido en el que nunca nadie más tendrá la necesidad de mirar. 

Es lo que tiene ser un par de calcetines a los que alguien mete en la lavadora sin ningún cuidado, sin comprender que perdemos toda nuestra razón de ser cuando estamos el uno sin el otro.»

Bueno, espero que me permitáis esta pequeña metáfora que se me ha ocurrido al volver de nuevo a vivir que, en el mundo hotelero sin la otra parte, la complementaria, el contacto cara a cara con el cliente, sin red, sin una conexión artificial que sirva de parapeto, no sirve de nada el sacrificio y el esfuerzo online. Y más aún si siempre hay alguien que se empeña en no poner atención cuando tiene que coger los dos mundos para meterlos en la lavadora empresarial.
Días extraños que tiene uno.

Turismo: Experiencia y memoria. ¿Un caso real?

Turismo: Experiencia y memoria. ¿Un caso real?

Este pequeño relato es una versión resumida del que voy a prestar a una editorial para que lo publique en su Web. Ya os contaré este otro lado bloguero mío.
No obstante, me viene muy bien publicarlo aquí para para poder plantear la necesidad de grabar en la memoria del cliente lo que más nos interese.
“Antes de morir, yo tengo que conocer París”. Esto decía siempre Raimundo desde que tuvo uso de razón. Como casi todo el mundo, también él tenía en mente un lugar al que quisiéramos ir, al menos, una vez en la vida.

Los ojos, como dos grandes bolas de cristal multicolor, se le iluminaban a Raimundo con la emoción de mirar el Sena, la torre Eiffel al fondo, acompañada por el paso del autobús que transportaba pasajeros con destino a la Concorde. París siempre había sido su sitio soñado. Ese lugar que cada uno de nosotros tenemos programado ir al menos una vez en la vida, era, para Raimundo, París. Y allí estaba, atónito, agarrado al brazo de su hijo, rumbo ambos hacia el Arco del Triunfo, la Rue Rivoli o la plaza de la Opera. Quizá subir Montmartre hasta el Sacré Coeur le resultase algo cansado, pero no podía perder semejante ocasión.

Sentado en un café, recordaba Raimundo, emocionado, algunos retazos de su vida, aunque vagamente. La edad y el derroche de su hijo brindando con Burdeos en la mesa 3 de Maxim´s no le acompañaban en sus intentos.

Mucho hubieron de andar padre e hijo antes de volver al hotel; ese que se encuentra en la Place Vendôme y que es una maravilla. Raimundo lo había conseguido. Una vez vencidos su obsesión y sus anhelos, se sentía sencillamente feliz y todo lo que le rodeaba le resultó maravilloso. Sabía que no lo olvidaría el tiempo que le durara la vida… O si…

Lo que no sabía Raimundo era que su hijo le había regalado aquel viaje aprovechando la última oportunidad que le quedaba.

Tan sólo una semana después de la vuelta, Raimundo precisó de ayuda profesional definitiva. Su hijo se ocupó, del mismo modo que se había estado ocupando los últimos meses de que su padre pudiera llevar una vida digna. Aquel día entró por la puerta una enfermera especializada en el cuidado de enfermos de este tipo. A Raimundo le gustó su acento francés:

– ¡Ah!, es usted francesa – dijo – ¿Sabe?, antes de morir, yo tengo que conocer París…

Y ahora, digo yo: ¿Alguien estaría dispuesto a intentar fidelizar a Raimundo?